DILUVIO

Abrumadora inundación en los tiempos de Noé, en un acto judicial de Dios sobre un mundo antiguo que había llegado al colmo de la iniquidad.

Dice la Escritura que «la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y... todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal... Y se corrompió la tierra delante de Dios, y estaba la tierra llena de violencia... toda carne había corrompido su camino sobre la tierra» (Gn. 6:5, 11, 12). Es por ello que Dios ordenó el juicio por medio de las aguas destructoras, declarando: «los destruiré con la tierra» (Gn. 6:13).

Todo este hecho se narra en los capítulos 6, 7 y 8 del libro de Génesis. El relato bíblico nos presenta el Diluvio como una catástrofe de carácter universal, empleando la palabra hebrea «mabbul», que la versión griega LXX traduce como «cataclysmos» (Gn. 6-8; Sal. 29:10); el NT usa el mismo término griego, denotando asimismo una destrucción universal (Mt. 29:38, 39; Lc. 17:27; 2 P. 2:5).

Todo el lenguaje de Génesis 6-8 señala insistentemente al hecho de una destrucción de carácter universal. «Todos los montes altos que había debajo de todos los cielos, fueron cubiertos» (Gn. 7:19). No se puede dar la vuelta a esta afirmación ni a las múltiples afirmaciones que se dan acerca del Diluvio en éste y en tantos otros pasajes sin hacer grave violencia al mismo texto, y sin caer en la práctica de introducir en el texto conceptos contrarios a lo que allí se enseña.

(a) Naturaleza del Diluvio.

El cataclismo del Diluvio fue un complejo de eventos en el que «fueron rotas todas las fuentes del gran abismo y las cataratas de los cielos fueron abiertas y hubo lluvia sobre la tierra cuarenta días y cuarenta noches» (Gn. 7:11, 12) «Toda carne» (término que incluye a todos los seres terrestres incluyendo al hombre Gn. 7:21-23) fue destruida. La tierra misma «el mundo de entonces» pereció (cp. 2 P. 3:5).

La frase «fueron rotas las fuentes del gran abismo» tiene claras implicaciones de colapsamiento de secciones vitales de la corteza terrestre, con lo que aguas marinas y/o subterráneas se lanzaron sobre los continentes, en tanto que se precipitaron sobre la tierra, con una fuerza devastadora, las «aguas que estaban sobre la expansión» (cp. Gn. 1:7) existentes en el mundo en su orden antediluviano.

En este gran complejo de eventos se indican lluvias universales de un régimen torrencial indescriptible, tremenda erosión, convulsiones volcánicas y tectónicas, violentos huracanes dando origen a olas de aguaje; la universal destrucción de las formas de vida dio necesariamente lugar, junto con la intensa erosión y denudación de la tierra antediluviana, a inmensos sepultamientos de grupos y nichos ecológicos, más o menos entremezclados, en formaciones estratificadas debido al poder clasificador del agua. Muchas de estas formaciones se endurecerían posteriormente por agentes cementantes que las aguas llevaran consigo en algunas localidades. Así quedó totalmente sepultado el mundo antiguo.

(b) El arca y sus ocupantes.

El gran tamaño del arca, en base a las dimensiones dadas en la Biblia (300 codos, o unos 137 metros de longitud), le daba una capacidad de transporte de más de 500 vagones de carga de ganado como los que se utilizan actualmente en los ferrocarriles.

Con respecto a los animales que entraron en el arca, se debe tener en cuenta que los animales grandes son relativamente pocos. Se ha calculado que el tamaño medio de los animales era el de un gato. Dos de ellos precisarían bien poco espacio, menos de medio metro cuadrado. No todos los numerosos grupos y subgrupos que ahora conocemos tuvieron que entrar en el arca. Una buena cantidad de ellos se ha originado con posterioridad al Diluvio, diversificándose de un número menor de antecesores comunes por mecanismos de reducción genética y aislamiento geográfico. Se debe observar que ello no tiene nada que ver con el concepto evolución, que demanda una emergencia de nuevas estructuras, no una mera deriva de unos caracteres genéticos ya existentes que, cuando el fondo genético posee una gran riqueza, pueden dar lugar a una enorme variedad dentro del tipo básico (para una consideración de todos estos temas y otros, recomendamos el examen de la bibliografía al final de este artículo).

Se ha planteado con frecuencia la cuestión de cómo se pudieron alimentar los animales del arca durante el año entero en que estuvieron dentro. Aparte de que la capacidad del arca daba lugar para el transporte de grandes cantidades de provisiones, se debe tener en cuenta el mecanismo de hibernación al que recurren muchos animales en situaciones límite, y otros normalmente en invierno, y que Dios pudo bien haber acentuado. Con respecto a los carnívoros, éstos se alimentan de vegetación cuando les es preciso, como está sobradamente comprobado.

(c) Arqueología y el Diluvio.

Subestimando la verdadera magnitud del Diluvio, ha habido los que han identificado el cataclismo universal con una capa de lodo que se halló en Ur, y que pertenece a una de las numerosas inundaciones de extensión regional que se han dado en aquel lugar.

No es en una pequeña y poca extensa capa de lodo que debe contemplarse el gran cataclismo del Diluvio, sino en grandes masas sedimentarias repletas de fósiles de un mundo que pereció, y que cubren toda la tierra como vasto cementerio. Noé salió del arca a un mundo nuevo, en el que la orografía, estructura climatológica, y muchos otros factores, habían cambiado radicalmente (cp. Sal. 104:5-9 ss).

Por otra parte, numerosas culturas y tribus alrededor de todo el mundo han conservado relatos de un diluvio universal. Los relatos babilónicos (sumerios y acádicos), evidencian su proveniencia de una tradición anterior, de la que descienden también numerosos relatos chinos, nipones, amerindios, y muchos otros esparcidos por todo el globo. La divergencia de estos relatos entre sí refuta la idea de que Moisés se hubiera basado en ninguno de ellos para escribir la narración, aunque sí es prueba de que en la memoria de las naciones descendientes de Noé, persistió el recuerdo del cataclismo.

Cuando cesó el Diluvio el arca reposó en los montes de Ararat, en la región de Armenia (Gn. 8:4). Allí existen relatos populares acerca de la presencia de un gran navío sobre el monte, que está cubierto por nieves y hielos perpetuos. Ha habido exploradores, como el arcediano anglicano de Jerusalén, doctor Nouri, que visitó la región en 1882, que afirman haberla visto en los ventisqueros del sur del monte. Después de esta fecha se tienen relatos de personas de muy diversas procedencias, incluyendo aviadores, que afirman haberla visto. En la actualidad hay varios grupos que efectúan expediciones anualmente, entre ellos el «Institute for Creation Research» de San Diego, con equipos cualificados en los que se integran arqueólogos, geólogos y otros especialistas.

(d) El Diluvio en su perspectiva teológica.

El Diluvio es una exhibición de la soberanía de Dios en juicio (Sal. 29:10).

El Diluvio del pasado se muestra como ejemplo de aquel día futuro en el que tampoco nadie podrá escapar a la acción de Dios, cuando todos los que han rechazado el conocimiento salvador de Dios se verán enfrentados con Su justa ira en retribución (Mt. 24:37; Lc. 17:26; 2 P. 2:5-9).

Fue un suceso sin paralelo alguno con toda la historia anterior del hombre, y hay la promesa expresa, que constituye una adicional demostración de que no fue un fenómeno local o regional, de que Dios no va a volver a traerlo sobre la tierra (Gn. 9:11). Como señal de esta promesa se establece, en las nuevas condiciones climáticas de la tierra, el arco iris (Gn. 9:12, 13), que es desde entonces señal de gracia, que aparece incluso en medio de los juicios de Apocalipsis (Ap. 4:3; 10:1).

Es por fe que Noé preparó el arca (He. 11:7). Todo lo concerniente al Diluvio fue dispuesto por Dios; Noé simplemente tuvo que seguir las instrucciones recibidas. La misma fe cree que todo ello se cumplió tal como ha sido descrito; no hay dificultad en todo ello, excepto si se deja a Dios a un lado, lo cual no debiera hacerse bajo ningún concepto, por cuanto fue una especial intervención de Dios en la historia en juicio de una manera muy directa. Fue Dios quien advirtió a Noé; fue Dios quien le envió los animales (Gn. 7:15, 16); fue Dios quien cerró la puerta del arca (Gn. 7:16); fue Dios que hizo pasar un viento sobre la tierra (Gn. 8:11); en resumen, la Escritura afirma que Jehová presidió sobre el Diluvio (Sal. 29:10). Sin embargo, los rastros del Diluvio son tan elocuentes que el apóstol Pedro afirma que los que lo niegan lo hacen ignorándolo voluntariamente (2 P. 3:5).

Las rocas sedimentarias, que dan elocuente testimonio de su contenido de grandes cantidades de restos animales y vegetales de un mundo pasado, han sido «reinterpretadas» en términos de grandes épocas de producción de depósitos con gran lentitud. El último siglo vio la manipulación y supresión de numerosos datos que son evidencia de cataclismo, dando lugar a la actual concepción de la «geología histórica». Sin embargo, se mantiene en excelentes obras la evidencia de la interpretación diluvial de los depósitos geológicos, impuesta por su propia naturaleza.

(e) Objeciones.

Se han presentado varias objeciones como demostración incontestable de que los depósitos geológicos tienen que haberse depositado a lo largo de grandes períodos de tiempo.

Una de ellas es la existencia de formaciones de «anhidritas» o «evaporitas», un tipo de acumulaciones de diversas sales que comúnmente se interpretan como los restos de la evaporación de mares antiguos. Sin embargo, la evidencia interna de estos depósitos, por su pureza y ausencia de fósiles u otros restos indicativos de origen marino, y por otros factores, demanda su explicación por precipitación de mezclas de salmueras de origen tectónico. En todos los casos en que se ofrecen objeciones de este tipo, no hay verdaderas razones para adoptar una interpretación de largas épocas de deposición, sino que un estrecho examen de la evidencia muestra que estas formaciones, tanto de «evaporitas» como de «arrecifes fósiles», como depósitos de diatomeas, y muchas otras, han sido objeto de una interpretación precipitada en el pasado; la moderna investigación crítica revela condiciones cataclísmicas en la formación de todos estos depósitos.

Bibliografía:

Balsiger, D. y Charles E. Sellier: «In Search of Noah's Ark» (Sun Classic Books, Los Ángeles 1976; hay edición castellana de Javier Vergara, Barcelona);

Montgomery, J. W.: «The Quest for Noah's Ark» (Dimension Books, Minneapolis, 1974);

Morris, H. M.: «Geología: ¿Actualismo o Diluvialismo?», con una desveladora introducción histórica del profesor G. Grinnell: «Los orígenes de la moderna teoría geológica» (Clíe, Terrassa, 1980); «El Diluvio del Génesis» (con John C. Whitcomb. Clíe, Terrassa, 1982);

Navarra, F.: «Yo he tocado el arca de Noé» (Clíe, Terrassa, 1978);

Nelson, B. C.: «The Deluge Story in Stone» (Bethany, Minneapolis, 1931/1968);

Rehwinkel, A.: «The Flood» (Concordia, Saint Louis, Missouri, 1951/1978);

Schaeffer, F.: «Génesis en el tiempo y en el espacio» (Ediciones Evangélicas Europeas, Barcelona, 1974);

Sedin: Simposios de varios autores, selección de S. Escuain: «Los Fósiles y el Diluvio»; «Anegado en Agua», tomos I y II; «Cronometría: Consideraciones Críticas»; «Biología y Orígenes» (Sedin, Servicio Evangélico de Documentación e Información, Apdo. 2.002, Sabadell, España);

Slusher, H. S. y R. Whitelaw: «Las dataciones radiométricas: Crítica» (Clíe, Terrassa, 1980);

Watson, D.C. C.: «Mitos y Milagros» (Clíe, Terrassa, 1980);

Whitcomb, J.C.: «El mundo que pereció» (Grand Rapids, Ed. Portavoz, 1981).

Respecto a la envolvente de agua sobre la atmósfera antes del Diluvio, cfr. Dillow, J. C.: «The Waters Above» (Moody Press, Chicago, 1981).